miércoles, 16 de mayo de 2012

Pequeño relato de una emigracion.

A CONTINUACION MOSTRAMOS UN PEQUEÑO RELATO DE UNA HIJA DE EMIGRATES EXTREMEÑOS, LOS CUALES PARTIERON HACIA ALEMANIA EN LOS AÑOS 60, EN BUSCA DE UNA MEJORA EN SUS VIDAS. 
TAMBIEN MOSTRAMOS ALGUNAS DE SUS FOTOS.
Mi nombre es Toni, soy hija de emigrantes. Quiero contar la historia de mis padres que emigraron en los años 60 a Alemania.
Mi padre es natural de un pequeño pueblo extremeño llamado La Coronada. Era el pequeño de cuatro hermanos.
Tuvo la suerte de poder ir al colegio y aunque estudiar se le daba bastante bien mi abuelo no pudo pagarle los estudios.
Con el paso de los años mi padre monto una tienda en el pueblo vecino, Magacela, donde conoció a la que luego fue su mujer durante 42 años.
Debido a la época (se pasaban muchas necesidades económicas), y que mi padre dejaba fiados los productos a sus clientes, tuvo que vender la tienda y buscarse otra cosa.
Mi padre quería casarse y su hermano mayor, que ya había emigrado, le dijo que se fuese a Alemania, que allí había mucho trabajo. Mi padre no se lo pensó dos veces. Cogió la maleta de cartón con algo de ropa y se fue sin contrato de trabajo a Alemania.
Mi tío le llevó a la empresa donde trabajaba y allí se puso a trabajar. Vivía con muchísimos mas hombres en unas barracas alargadas con cuartos de baños compartidos, un pequeño armario de chapa y sin ninguna comodidad.
Mi padre empezó a ahorrar para poder volver a Magacela y casarse con mi madre. Era el año 1962. Dos años mas tarde se casó.
Él lo había preparado todo. Buscó un pequeño apartamento para los dos, y  pagó  una fianza de tres mensualidades.  Era feliz.
Después de la boda mis padres se fueron a Alemania. Al llegar a su nuevo apartamento se encontraron con una sorpresa muy desagradable. La dueña no solo había alquilado el apartamento, sino que además no pensaba devolverle la fianza. El bueno de mi padre se había fiado de su palabra y no tenía ni un solo papel que acreditara que le hubiese alquilado o pagado nada.
Allí estaban mis padres: delante de lo que tenía que ser su casa, sin un duro para irse a otro lado, en pleno invierno, casi de noche y arrastrando sus maletas de cartón. No sabían que hacer. Mi padre apenas hablaba alemán. Entonces fue cuando mi padre se acordó de un amigo, Ángel, que vivía junto a su esposa y cinco hijos en un piso con un solo dormitorio, y se fueron a su casa. Mi madre se podía quedar allí pero para mi padre no había sitio, de modo que pasó la noche en un banco de la estación de trenes de Düsseldorf. Así estuvieron unas semanas, porque nadie quería alquilarles nada a los extranjeros, hasta que encontraron un apartamento que tenía un baño de unos tres metros cuadrados, una cocina igual de grande y un salón de unos quince metros cuadrados que a su vez hacía de dormitorio.
Mi madre encontró pronto trabajo de limpiadora en la cocina de un hospital. Por las tardes cosía bolsos que le pagaban por unidad terminada.
En estas condiciones nací yo. Era el año 1966. Mi madre se empeñó en tenerme en España, rodeada de su familia y se fue a Magacela. Mi padre se tuvo que quedar en Alemania. Durante varios meses intentó sin éxito que le concedieran un permiso en la fábrica para venir a por mi madre y conocerme a mí. Ante la persistente negativa decidió que con permiso o sin él iba a visitar a su pequeña que sólo conocía por fotos. Cuando tuvo lugar el deseado encuentro yo ya contaba con tres meses de edad.
Volvimos los tres al pequeño apartamento. A los seis años empecé a ir al cole alemán. Yo estaba muy ilusionada, imagino que como todo niño, sin saber lo que me esperaba.
Mi pelo es muy negro, y, aunque al hablar no se me notaba diferencia con los alemanes, por mi aspecto si. Los demás niños de mi clase se mofaban de mi por ser extranjera. Cuando llegaba la hora del recreo intentaba salir lo antes posible para poder salir corriendo a los baños y encerrarme allí hasta terminar el recreo, porque los demás niños no sólo se metían conmigo, sino que también me pegaban. Los profesores, todos mayores, miraban convenientemente hacia otro lado.
Por suerte para mi, cuatro años después, cuando terminé el colegio y pasé al Instituto tuve una tutora a la cual no le importaba la nacionalidad, sino el alumno. Mi calvario terminó, aunque el hecho de ser extranjera servía alguna que otra vez de mofa. Los alemanes no dejaban que olvidáramos que éramos extranjeros y no uno de ellos.
Nos cambiamos de apartamento cuando yo cumplí siete años. El motivo fue la inminente llegada de un hermano de mi madre, que también quería trabajar en Alemania.
De modo que nos cambiamos a un piso mayor con dos dormitorios. Mi tío se vino y vivió con nosotros durante casi 23 años. Durante todo este tiempo mis padres durmieron en una habitación, mi tío en otra y yo en el sofá del salón.
Tras mas de 35 años de emigración mis padres retornaron.
Yo me vine antes, cuando inicié mis estudios universitarios. Para mis padres y para mi fue muy duro. Ellos porque se quedaron sin poder ver a su única hija y yo porque estaba en un país, que a pesar de ser el mío, no conocía y donde no tenía a nadie. No. No fue fácil.
Muchos se preguntarán porqué me vine a España a estudiar y no me quede en Alemania (donde los estudios eran totalmente gratuitos). El motivo era sencillo. Mi padre pensó que si estudiaba en Alemania lo mas probable sería que con el tiempo acabara casándome con un alemán, y como hija única, eso supondría para ellos no poder regresar a España.
La forma mas sencilla de evitar esto era mandarme a España y que fuese aquí donde yo me enamorase.
Yo me quedé el primer año de estudios en una pensión, junto con tres estudiantes mas. Con el paso de los meses la dueña de la pensión iba cambiando. Primero fue empeorando loa calidad de la comida y acto seguido la cantidad. Yo no les contaba nada de esto a mis padres por no preocuparles. Quería volver a mí casa, pero no era posible. No conocía el país, no tenía amigos, no entendía el funcionamiento del sistema educativo español y me sentía muy sola.
Cuando llegaron las vacaciones y me fui a mi casa a Alemania, mi madre vio que físicamente no estaba muy bien. Me llevó al médico para ver que me ocurría. El médico, tras hacerme un montón de pruebas y análisis le dijo a mi madre, que si hubiese seguido en aquellas condiciones unos meses mas hubiese podido morir. Tenía una anemia considerable. A raíz de este suceso mis padres me buscaron otro sitio donde alojarme durante el curso.
Me instalaron en la Residencia Universitaria de la Caja de Ahorros de Badajoz. Allí estuve fenomenal hasta terminar mis estudios. Hice muchos amigos, que aún hoy conservo, el director se ocupaba de todos los problemas que tuviésemos, las instalaciones eran fantásticas y el personal encantador. Recuerdo aquellos años con mucho cariño y como los mejores de mi época estudiantil.
Cuando terminé segundo de carrera volví en vacaciones a Alemania. Cuando regresábamos todos a España para pasar mis padres aquí sus vacaciones, a mi padre le dio una trombosis cerebral. Estuvo a punto de morir, pero mi padre era duro y salió de aquello. Cuando le dieron el alta en el Hospital Infanta Cristina no podía mover su lado derecho y necesitaba ayuda constante. Lo pasamos muy mal. Mis padres regresaron a Alemania.
Cuando vieron los médicos allí el estado de mi padre le enviaron a un sanatorio cerca de Suiza para personas con su misma dolencia. Allí permaneció ingresado ocho semanas. En este tiempo le daban masajes, le hacían fisioterapia, natación, rehabilitación, plan de comidas y medicación etc.
Tengo que agradecerles a los alemanes que mi padre se recuperase totalmente y que en la actualidad no se tome ni una aspirina.
Para mi madre el regreso definitivo de Alemania le costó mucho. Se había acostumbrado a una gran ciudad y ahora se veía en un pequeño pueblo de 600 habitantes. Debido a lo mucho que trabajó, al mal clima que soportó durante tanto tiempo y a la depresión que cogió al regresar falleció con 67 años. Murió sin haber disfrutado nada, ni de su jubilación ni de su vida. Sólo vivió para trabajar y trabajar, ayudar a la familia económicamente y someterse a muchas privaciones. Nunca se fue de vacaciones, ya que cuando las tenía se venía a su pueblo y se dedicaba todo el verano a ayudar a su familia. Lo que podría haber sido descanso, relajación y disfrute se convertía todos los años en un simple cambio temporal de país.
Mi padre es ahora cuando esta disfrutando algo de la vida, a sus 74 años.
Quizás mi “pequeña” historia le sirva a alguien para entender lo que fue la emigración para muchos de nosotros. Otros tuvieron mas suerte, o simplemente se tomaron la emigración de otra forma.
Quizás mi historia sirva para ver a nuestros inmigrantes de otra forma y darle un trato mejor del que nosotros recibimos en su día.
Podría contar muchas cosas mas, pero no quiero extenderme demasiado.
Tampoco quiero que nadie piense que la emigración no ha tenido nada bueno.
Gracias a que mis padres me llevaron con ellos, hablo a la perfección dos idiomas y debido a ello hoy en día tengo trabajo. Conocí la cultura de dos países y soy una mezcla de ambos “mundos”.
Mi padre no es una persona totalmente incapacitada gracias a los cuidados médicos que le dieron allí y que, por entonces, en España eran imposibles.
Yo pude estudiar una carrera universitaria gracias a que mis padres con el trabajo en Alemania pudieron costeármela y materialmente hablando, nunca me faltó de nada.
Quiero dedicarle mi pequeño relato a todos los emigrantes y sobre todo a dos de ellos, dos personas muy especiales para mí y que se tienen el cielo ganado por todo lo que hicieron: MIS PADRES.
IMAGENES:















Fuente: Toni Carmona Moreno, Presidenta de ABER, Asociacion de Badajoz de Emigrantes Retornados.

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